Las “Guerras Cósmicas” y la obsesión por el poder
- Operación Eclipse
- 10 jun 2019
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La habilidad del escritor de ficción consiste en cruzar la barrera de la realidad conduciéndonos hacia otra realidad posible que espera, apenas, unos pasos delante. La trama de Operación Eclipse, la novela de J. Nicholas Ciano, gira en torno a una poderosa sociedad secreta que controla los hilos del Consejo de Seguridad de la ONU. ¿Qué clase de poder podría someter al órgano máximo de la seguridad internacional? Seguramente uno que pudiera aniquilar cualquier intento de oposición.
La “Operación Eclipse” no es otra cosa que el desmadre de ese poder, que pone en peligro al mundo entero, que lo puede arrastrar a un conflicto de dimensiones dantescas. Pero ¿acaso no es el conflicto la única realidad ineludible?
En su obra más famosa, “La Rebelión de los Ángeles”, Anatole France habla de “las guerras que precedieron a los tiempos” en una clara alusión a las batallas cósmicas que son mencionadas en la mayoría de los textos sagrados. Más cercano en el tiempo, el papa Juan Pablo II solía afirmar que las guerras que se libran en la Tierra no son otra cosa que el reflejo de aquellas que, desde tiempos remotos, se libran en el cielo.
Esta curiosa y persistente mirada del hombre hacia una suerte de conflicto celeste que nos trasciende –pero a su vez nos incluye– ha hecho que las guerras sean ejecutadas por buenos y malos, una suerte de representantes en la raza humana de aquellos ángeles y demonios que se enfrentan por el control del cosmos. Más curioso aún resulta el hecho de que en pleno siglo XX, cuando la ciencia se encaminaba hacia sus descubrimientos más fascinantes en torno a la materia y la antimateria, los principales líderes de la Segunda Guerra Mundial tenían la fuerte convicción de ser protagonistas de ese duelo cósmico.
La voracidad de Hitler por hacerse de cuanta reliquia sagrada hubiese dispersa en el mundo –desde el Santo Grial hecho con la esmeralda perdida por Lucifer en si caída, hasta el Arca de la Alianza trasladada por Moisés en el desierto, oculta en el Tabernáculo primero y luego depositada en el Sancta Santorum del Templo de Jerusalén– da muestra del imperativo que representaba para el Reich apoderarse de aquellas “armas” que provenían del desconocido universo profundo en el que habitan las huestes celestiales.
Sorprendería aún más que los jefes aliados tuviesen la misma obsesión, apenas disimulada por la corrección política, hacia las armas mágicas. J. Nicholas Ciano describe en “Operación Eclipse” la trama que rodea al misterioso descubrimiento llevado a cabo por los nazis en el bosque de Teutoburgo a principios de la Segunda Guerra Mundial.
El alcance de tal descubrimiento –que termina convirtiéndose en ese poder capaz de alzarse luego con el control del Consejo de Seguridad de la ONU–no solo habría trocado el curso de la guerra sino que convenció al Fhürer de que había que arrebatar a los ingleses ciertas ventajas de orden mágico que afectaban la eficacia de sus armas. Tal es el caso de su empeño en destruir la catedral de San Pablo en Londres.
Hitler estaba convencido –al igual que la mayoría de los miembros de la Logia Thule– que las campanas de la catedral poseían la capacidad de emitir una alteración en el campo “etérico” de Londres y que Inglaterra no caería hasta destruir tales campanas.
Más allá de lo delirante que puede sonar esta afirmación en un mundo supuestamente racional, la tradición indica que la catedral londinense, dedicada al apóstol San Pablo está construida en el exacto lugar de la iglesia original erigida en el año 604 d. C.. Los antiguos anglosajones otorgaban a ese lugar la categoría de Portal Cósmico, es decir, un sitio que actuaba como puente entre la Tierra y el Cielo. La antigua iglesia fue reconstruida luego del pavoroso incendio de Londres ocurrido en 1666 y la obra se le encargó al gran arquitecto sir Christopher Wren cuya filiación a misteriosas sociedades esotéricas está muy bien documentada.
Hay quienes afirman que Wren contrató a los mejores alquimistas de Europa para que diseñaran las inmensas campanas de la catedral y que estas fueron construidas siguiendo las antiguas tradiciones de los herreros cuyo antecedente bíblico es el misterioso Tubal Caín, hijo de Lamec y descendiente de Caín. Siguiendo las instrucciones de antiguos grimorios mágicos, los magos contratados por Wren dotaron a las campanas de un poder inconmensurable. Capaces de vibrar en una octava de características cósmicas, cada vez que repican producen un campo de fuerza que actúa como una gigantesca aurea protectora. No importa aquí si esto es demostrable (hay quienes dicen que sí), pero sí importa que Hitler lo creía tan firmemente que la verdadera razón del esfuerzo por mejorar las bombas V2 se mantuvo hasta el fin de la guerra, y aunque los alrededores de la catedral de San Pablo, al igual que muchas áreas de Londres fueron salvajemente atacadas, ni una sola bomba logró siquiera afectar la Catedral que, con sus 111 metros de altura fue el edificio más alto de Londres desde 1710 hasta 1962.
No fue esta la única obsesión nazi respecto del poder esotérico de algunos objetos y monumentos, ni fueron solo los nazis los obcecados en lograr la posesión sobre estos “Portales Cósmicos”. Una antigua tradición tibetana habla de nueve “puertas infernales” que permanecen selladas en diversos sitios del planeta, del mismo modo que se afirma que los más grandes templos de algunas religiones se construyeron sobre otras puertas que no conducen al averno sino a mundos paralelos en los que habita los verdaderos mentores de la raza humana. Ciano da una pista de la magnitud del poder que encierran estas puertas en su novela. Sin dudas es una alternativa inquietante que la ciencia niega enfáticamente… Pero, ¿Qué es acaso la búsqueda de los misterios de la materia sino el descubrimiento de puertas a otras dimensiones?
Aquella trama que comienza en el misterioso bosque de la Selva Negra es la que ahora da vida a la dramática carrera contra reloj en la que un agente de elite de la CIA deberá impedir que el futuro de la humanidad desaparezca.
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